martes, 4 de agosto de 2009

Despierto XLVI


Momentos después de desbrozar la mañana

tomé asiento en una solitaria terraza;

varios rayos de sol me tomaron por sorpresa

y cual Jíbaros, hicieron prácticamente, desaparecer mis pupilas.


Ella, ataviada con pequeño delantal y una flamante sonrisa,

fue la única culpable de qué aquellas pupilas

reducidas hasta lo ridículo,

se transformaran en dos inmensos agujeros negros

capaces de absorber su imagen

hasta dejar saciada mi hambre.


Entonces, oculto tras las volutas de humo de mi ansiado cigarrillo,

simplemente la admiré.

1 comentario:

José Prades dijo...

Dos inmensos agujeros negros... insaciables.
Embisto delantal que cae al suelo,
muta sonrisa, caen las horquillas.